
Nuevamente, como en la jornada anterior, miles de familias se engalanaron para la ocasión y poblaron las calles de Parque Patricios con todas las ganas de mostrar el orgullo porque su pasión de toda la vida llegaba al centenario.
El momento de llegar al Tomás Ducó fue el escogido para entregarle al plantel la bandera que luciría luego en su entrada al campo de juego de Vélez, apenas tres horas más tarde.
Pero el plantel tenía deparada su propia sorpresa. Porque no sólo se llevó la bandera de parte de la multitud, sino que también pareció contagiarse de su entusiasmo, ya que en el primer tiempo, aún sin desplegar un juego brillante, le ocasionó cinco llegadas netas de gol a un Estudiantes que sólo inquietó con un cabezazo que dio en un palo del arco de Limia.
En el inicio del complemento, los alrededor de 15 mil quemeros que poblaron el Amalfitani comenzaron a imaginar que Huracán tendría un festejo completo hasta que un descontrol de Colzera dejó al equipo con diez hombres y a los simpatizante del Globo con la ilusión maltrecha.
A tres minutos del final, Huracán resistía los embates del Pincha, que buscaba los tres puntos con Boselli en la cancha y tres defensores en el fondo.
Pero llegó la locura. Pastore, quien había ingresado por un extenuado Barcos, aguantó la pelota en el área rival. De espaldas al arco y rodeado de rivales, la tocó para la llegada de Esmerado. Este, la movió hacia su izquierda y desde unos 25 metros sacó un zurdazo increíble, de novela, que se coló contra el palo derecho del inmóvil, incrédulo y pasivo espectador privilegiado Andujar.
El delirio que se apoderó de las tres tribunas ocupadas por quemeros es muy difícil de describir pero fácil de imaginar. Gritos hasta la disfonía, lágrimas en silencio, miradas al cielo, abrazos interminables, un golazo, una victoria. Cien años de pasión.
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