miércoles, 24 de septiembre de 2008

La tardecita porteña tiene ese "qué se yo".

Ayer por la tarde, el sol brillaba a pleno en todos los barrios porteños. Pero en las mesas que una distinguida confitería de Recoleta tiene muy bien colocadas en la vereda, el efecto del Astro Rey parecía multiplicarse sobre esas dos cabezas, bien rubias, que empezaban una larga charla.
-¿Cómo estás, César? Se te ve bien.
-Bien, Carlos. Pero estoy con muchas ganas de trabajar. Vos sabés que me gusta mucho leer y viajar, lo disfruto realmente. Pero lo mío es dirigir. Y tengo ganas de hacerlo todavía, a pesar de que muchos me traten de viejito...
-Es verdad, muchos te dan por retirado. Pero tenés solamente diez años más que yo... ¡Todavía tenés tanto por enseñar! Imagináte en nuestro equipo. Tendríamos que ponerte una tiza y un pizarrón, y repartir guardapolvos entre los jugadores...
-Je, gracias, pero aprovecho para decirte que estaba un poco molesto porque no me llamaban. Están por cumplir cien años y, la verdad, tengo ganas de colaborar con algo.
-Sinceramente, creo que tenemos algo justo para vos. Y reconozco que a nosotros nos solucionarías un problema grande. Porque la cosa se está poniendo tan oscura que ya no sabemos qué hacer. Hasta tuvimos que empezar una charla con Pelusa, para calmar a las fieras. Pero vos sabés que a mí me gustan otras cosas...
-¿Sabés qué pasa? Yo te diría que tenés que conseguir que te abran el estadio. Eso es fundamental.
-¿En serio creés que es tan importante?
-Sí, sí. El primer paso es conseguir la habilitación. Porque después, vas a tener que seguir haciendo obras ahí: revocar, pintar, colocar butacas...
-No te entiendo...
-Claro, Carlos. Vas a necesitar varios obreros...
-...
-¿Y de qué otra cosa te creés que pueden trabajar todos estos jugadores que trajeron hace dos meses? Algunos podrán ser pintores, otros albañiles, otros barrenderos. Y seguramente muy buenos, eh. Eso sí, ninguno es jugador de fútbol, no me jodas...
-Pero César, no teníamos otra, no hay plata...
-¿Y cómo pensaban pagarme a mí?
-De eso quería hablarte. ¿No tenés algún empresario amigo que quiera poner una publicidad en el club?
-Amigos con plata, tengo. Lo que no se si tienen ellos, es ganas de arriesgarla.
-Bueno, César, pero nos gustaría que lo pienses para volver a charlarlo.
-Me parece que yo soy el que menos tiene que pensar qué hacer. Pero llamáme, no hay problema.
Cuando se despidieron, el cielo ya tomaba el tono violáceo del anochecer. Oscurecía sobre la zona norte de la ciudad.
También sobre Parque Patricios.

No hay comentarios: